Hay dos errores primarios cuando se
habla de la batalla espiritual: sobre-enfatizarla y subestimarla. Algunos
culpan a los demonios que necesitan ser
expulsados de cada pecado, cada conflicto y cada problema que enfrentan en
sus vidas. Otros ignoran completamente la realidad espiritual y el hecho de que
la Biblia nos enseña que nuestras batallas son contra poderes espirituales. La
clave para el éxito en la batalla espiritual es encontrar el balance bíblico.
Algunas veces el Señor Jesús expulsó demonios de la gente, y algunas veces sanó
a la gente sin mencionar lo demoníaco. El apóstol Pablo enseñó a los cristianos
a librar batallas contra el pecado en ellos mismos (Romanos 6), y a librar
batallas en contra del maligno (Efesios 6:10-18).
Efesios 6:10-12 declara, “Por lo
demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las
asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Este pasaje nos enseña algunas verdades cruciales: (1) Sólo podemos tener fortaleza
en el poder del Señor, (2) Es la armadura de Dios la que nos protege, (3)
Nuestra batalla es contra fuerzas espirituales de maldad en el mundo.
(1) Un poderoso ejemplo de esto es
el arcángel Miguel en Judas versículo 9. Miguel, como el más poderoso de todos
los ángeles de Dios, no reprendió a Satanás en su propio poder, sino que le dijo
“El Señor te reprenda”. Apocalipsis 12:7-8 dice que en el final de los tiempos,
Miguel derrotará a Satanás. Aún así, cuando se presentó su conflicto con
Satanás, Miguel reprendió a Satanás en el nombre y autoridad de Dios, no en la
suya propia. Es sólo a través de nuestra relación con el Señor Jesucristo que
nosotros, como cristianos, tenemos alguna autoridad sobre Satanás y sus
demonios. Es sólo en Su nombre que nuestra reprensión tiene algún poder.
(2) Efesios 6:13-18 nos da una
descripción de la armadura espiritual que Dios nos da. Debemos estar firmes con
(a) el cinturón de la verdad, (b) la coraza de justicia (c) el Evangelio de la
paz, (d) el escudo de la fe, (e) el yelmo de la salvación, (f) la espada del
Espíritu, y (g) orando en el Espíritu. ¿Qué es lo que estas piezas de la
armadura espiritual representan para nosotros en la batalla espiritual?
Debemos hablar la verdad contra las
mentiras de Satanás. Debemos descansar en el hecho de que somos declarados
justos por el sacrificio que Cristo hizo por nosotros. Debemos proclamar el
Evangelio, sin importar cuánta resistencia recibamos. No debemos vacilar en
nuestra fe, no importa cuán fuertemente seamos atacados. Nuestra defensa
principal es la seguridad de que tenemos nuestra salvación, y el hecho de que
las fuerzas espirituales no pueden quitárnosla. Nuestra arma ofensiva está en
la Palabra de Dios, no en nuestras propias opiniones y sentimientos. Debemos
seguir el ejemplo del Señor Jesús en reconocer que algunas victorias
espirituales sólo son posibles a través de la oración.
El Señor Jesús es nuestro mejor
ejemplo para la batalla espiritual. Obsérvese cómo el Señor Jesús manejó los
ataques directos de Satanás: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al
desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta
días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a Él el tentador, y le dijo; Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y
dijo: Escrito está; No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le
puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate
abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos
te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo:
Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez le llevó el diablo
a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de
ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le
dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él
solo servirás. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le
servían” (Mateo 4:1-11).
La mejor manera de combatir a
Satanás es como el Señor Jesús nos mostró: citando la Escritura, porque el
diablo no puede manejar la espada del Espíritu, la Palabra del Dios Viviente.
El mejor ejemplo de cómo no enredarse en una batalla espiritual nos
lo presentan los siete hijos de Esceva. “Pero algunos de los judíos, exorcistas
ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían
espíritus malos, diciendo; Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había
siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto.
Pero respondiendo el espíritu malo, dijo; A Jesús conozco, y sé quién es Pablo;
pero vosotros, ¿quiénes sois? Y el hombre en quien estaba el espíritu malo,
saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que
huyeron de aquella casa desnudos y heridos” (Hechos 19:13-16).
¿Cuál fue el problema? Los siete
hijos de Esceva estaban usando el nombre del Señor Jesús. Esto no fue
suficiente. Los siete hijos de Esceva no tenían una relación con el Señor
Jesús, por lo tanto sus palabras eran carentes de cualquier poder o autoridad.
Los siete hijos de Esceva se estaban basando en una metodología. Ellos no se
basaban en el Señor Jesús, y no estaban empleando la Palabra de Dios en su batalla
espiritual. Como consecuencia, recibieron una humillante golpiza. Aprendamos de
su mal ejemplo y manejemos las batallas espirituales como lo describe la
Biblia.
En resumen, ¿cuáles son las claves
para el éxito en las batallas espirituales? Primero, que nos apoyemos en el
poder de Dios, no en el nuestro. Segundo, que reprendamos en el nombre del
Señor Jesús, no en el nuestro. Tercero, protegernos con toda la armadura de
Dios. Cuarto, librar nuestras batallas con la espada del Espíritu: la Palabra
de Dios. Por último, debemos recordar que aunque libramos batallas contra
Satanás y sus demonios, no cada pecado o problema es un demonio que necesita
ser reprendido. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio
de Aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
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