¿Alguien cree de verdad que el cristianismo contemporáneo carece de predicadores, libros, traducciones de la Biblia, y detalladas declaraciones doctrinales?

Lo que realmente falta es pasión para invocar al Señor hasta que Él abra los cielos y se muestre Todopoderoso.

La oración es más que algo que nosotros hacemos. Es algo que Dios hace a través de nosotros. Acepta la invitación de Dios para encontrarte con Él - y participar en Su voluntad en la tierra.

Únete a los exploradores que han abierto caminos para el Señor en la oración.

sábado, 14 de junio de 2014

PREPARÁNDONOS PARA REINAR


¿No ha pensado alguna vez que la oración es algo extraño? Se habla con alguien que no se puede ver. Se escucha a alguien que no se puede oír. Se piden respuestas que están más allá del poder humano.

En el libro de Apocalipsis encontramos algo que de alguna forma explica el misterio de la oración. ¿Por qué creó Dios la oración? Leamos el contenido de los capítulos 4 y 5 de este espectacular libro. En estas escenas, el apóstol Juan es ya un anciano (probablemente tiene más de noventa años), y es arrebatado al cielo para contemplar eventos de bizarro esplendor. Un trono gigantesco rodeado por un arco iris como esmeralda lo cautiva. Rayos, voces y truenos salen de ese arco iris.

La persona sentada en el trono es demasiado sublime para ser descrita. “Delante del cual huyeron la tierra y el cielo”, escribiría el mismo Juan más tarde (Apocalipsis 20:11), cuando el ser sublime del trono juzgaba a los que serían arrojados al lago de fuego y azufre. Este trono celestial deja claro en la mente de cualquiera que el que está sentado en él es Dios, el Padre.

Ancianos vestidos de blanco con coronas de oro sobre sus cabezas están sentados alrededor del trono de Dios. Mucho se ha especulado sobre la identidad de estos ancianos. Son doce, y sus vestiduras blancas y sus coronas de oro los hacen –según la opinión de algunos- representantes de la iglesia, porque las vestiduras blancas son “las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8, 14). Pero esta interpretación no puede ser correcta siendo que nosotros –la iglesia- aparecemos en el cielo literal y físicamente (Apocalipsis 7:9-10), después de la apertura del sexto sello (Apocalipsis 6:12), el cuál es sin duda alguna la señal del fin del mundo (comparar Apocalipsis 6:12-17 con Mateo 24:29) que es dada exactamente antes de la señal de la venida de Cristo (Mateo 24:30) por nosotros: el anhelado arrebatamiento (comparar Mateo 24:31 con Apocalipsis 7:9-14). En otros artículos hemos visto cómo en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21 el Señor Jesús resume los eventos que Él mismo describe luego, y en la misma secuencia, en los siete sellos mencionados en el Apocalipsis: la revelación que el Padre le dio a Él, y que Él le da a Juan (Apocalipsis 1:1).

Los cuatro seres vivientes que están “junto al trono, y alrededor del trono”, “llenos de ojos por delante y por detrás” (Apocalipsis 4:6-9) son los querubines descritos también en Isaías 6:2 y Ezequiel 1:5-28. No identificados seres vivientes (los ancianos) y querubines (ángeles exaltados) adoran juntos a Dios. Nunca cesan o descansan. Su más alta tarea, su supremo llamado y su eterna comisión es adorar.

Un mar de cristal se extiende delante del trono. Siete candeleros de oro se yerguen sobre el mar de cristal, reflejando sobre él su brillo y esparciendo su resplandor en todas las direcciones. El objeto que el Padre tiene en su mano derecha atrae la atención de Juan. Es un libro –o, más exactamente, un pergamino- con siete sellos. Versado en el significado que en su tiempo se le daba a los sellos en el exterior de un pergamino, Juan intuye que las condiciones que ellos exigen que se cumplan antes de que el rollo pueda abrirse pondrán en juego el destino de la humanidad, y acelerarán el advenimiento del Reino de Dios a la tierra.

Entonces un poderoso ángel grita: “¿Quién es digno de abrir el rollo y desatar sus sellos?” Ese Ser, digno de desatar los sellos, debe ser alguien calificado para hacer cumplir las condiciones que se necesitan para que el Reino de Dios sea instaurado físicamente sobre la tierra. Ese Ser debe estar libre del pecado que ha condenado al mundo a recibir la ira de Dios que debe ser derramada sobre la humanidad impía antes de la instauración de Su Reino. Ese Ser debe ser capaz de quitar la maldición de la muerte que esclaviza a la creación de Dios.

Una búsqueda universal comienza en el cielo (Apocalipsis 5:2, 3). No hay tiempo que perder. El propósito eterno de Dios para Su creación está en juego. Pero he aquí que nadie, en todo el universo fue hallado digno de abrir el libro, ni siquiera de mirarlo. El anciano apóstol rompe en llanto (Apocalipsis 5:4). Ha vivido tanto tiempo, ha padecido tantas cosas, ha orado tanto “Vénganos Tu Reino”, y todavía es el satánico imperio Romano, y no el Reino de Dios, el que controla el destino de la humanidad.

“¡Un momento, Juan!” Uno de los ancianos sentados alrededor del trono se levanta y se acerca al desconsolado apóstol. “No llores”, le dice. “El León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 5:5). Juan levanta su rostro, pero no ve al mencionado León. A través de las lágrimas que humedecen sus ojos sólo ve a un Cordero degollado que parece haber escapado del matadero. Pero a pesar de su apariencia, el Cordero, lleno de poder (siete cuernos) y sabiduría (siete ojos) se acerca al trono del Padre y toma el libro de su mano derecha. Luce como un sacrificio, pero se mueve como un soberano en la presencia misma de Dios. Su nombre es Jesucristo.

Los ejércitos del cielo estallan en aclamaciones y alabanzas, y se postran en adoración delante del Cordero (Apocalipsis 5:8-14). Proclaman al universo tres grandes proezas ejecutadas por el Cordero: “fuiste sacrificado” (5:9), “con tu sangre nos has redimido para Dios” (5.9), “nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (5:10). La alabanza es ejecutada por miríadas de toda clase de seres celestiales, y en ella participan todas las criaturas del universo (5:13). Lo que el anciano apóstol ve y escucha excede toda imaginación. El Cordero que ha redimido para Dios un pueblo de entre todo linaje y lengua y nación, está listo para iniciar la fase final de su conquista sobre la muerte, el pecado, y el reino del príncipe de este mundo.

¿CÓMO AFECTA MI ORACIÓN EL FUTURO?

Un dilema surge de esta celebración celestial. Algo no está bien. La Escritura dice que los santos redimidos vamos a reinar con Cristo, pero que lo haremos como sacerdotes (Apocalipsis 5:10; 20:6). Este es el problema: los sacerdotes no reinan. Los reyes reinan. Los sacerdotes sirven en el templo orando, adorando, alabando y cantando. Y en el reino de Cristo, los reyes van a reinar bajo su autoridad.

¿Cómo podemos conciliar esta aparente contradicción?

La respuesta revela un principio invaluable. Como hijos de Dios, tenemos dominio sobre una parte de Su reino. Y ejercemos este dominio a través de la oración. Las personas que reciben a Cristo reciben también dominio sobre parte de Su creación. El apóstol Pedro nos llama “real sacerdocio” (1 Pedro 2:9). En el Antiguo Testamento, los sacerdotes servían como intermediarios entre Dios y los hombres. El hecho de que reinaremos como sacerdotes nos muestra que reinaremos a través de la oración e intercesión.

¿Cuál es la descripción del trabajo de los que reinen con Cristo?

Un vice-regente realiza principalmente tres funciones. Primero, toma nota de las necesidades de las personas bajo su responsabilidad. Segundo, hace los trámites necesarios para satisfacer esas necesidades. Tercero, distribuye las provisiones equitativamente.

¿Cuál es la descripción de un intercesor sacerdotal hoy?

¡La misma! Las responsabilidades que asumimos de rodillas ahora serán las mismas que tendremos sobre nuestros tronos después. Tomamos nota de las necesidades de las personas en nuestra esfera de influencia (cargas, ansiedades, problemas…); las reconocemos como el encargo de Dios, y procuramos satisfacerlas intercediendo por las personas que las padecen, repartiéndoles equitativamente la provisión que Dios nos da para ellas. Oramos, por ejemplo:

“Señor, provee trabajo para ese padre desempleado”.
“Sana aquella madre con cáncer”.
“Dale salvación a mi vecino”.
“Envía misioneros a Arabia Saudita”.

Nuestras oraciones nos entrenan para reinar con Cristo.

Por eso es que Dios creó la oración. Por eso es que el Señor Jesucristo pone tanto énfasis en la oración. Entrenarse en la oración es tan importante como recibir respuestas a nuestras oraciones. Los desafíos en nuestra vida de oración desarrollan nuestra madurez. Nos preparan para reinar bajo la autoridad del Rey de reyes y Señor de señores.



jueves, 5 de junio de 2014

GUERRERO DE ORACIÓN


Aunque la frase "guerrero de oración" no se encuentra en las Escrituras, generalmente un guerrero de oración es considerado como un cristiano que ora continuamente y con eficacia por otros de acuerdo a como se enseña en las Escrituras. Por lo tanto, los guerreros de oración oran a Dios Padre (Mateo 6:9) en el poder del Espíritu Santo (Efesios 3:16Judas 1:20) y en el nombre del Señor Jesús (Juan 14:13). 

Ser un guerrero de oración es participar en la batalla espiritual y pelear la buena batalla de la fe con toda la armadura de Dios puesta y "orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu" (Efesios 6:10-18). 

Mientras que todos los cristianos deben ser guerreros de oración, hay algunas personas que sienten que tienen una capacidad especial y única para orar y han sido llamados por Dios para orar como su ministerio especial. La Biblia nunca especifica a ciertas personas que oren más a menudo, más diligentemente o más eficazmente que otros cristianos, pero hay los que oran diligentemente y que son conocidos por su énfasis en la oración. Pablo ordena que "se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres" (1 Timoteo 2:1), y no dice nada que indique que algunas personas están exentas de hacerlo. Todos los creyentes en Cristo tenemos al Espíritu Santo quien nos ayuda a comunicar nuestras peticiones de oración (Romanos 8:26-27). Todos los creyentes debemos estar orando en el nombre del Señor Jesús, que significa que Jesucristo es nuestro Señor y Salvador, que confiamos en Él para todo, incluyendo Su intercesión ante el Padre por nosotros en todas las cosas, y que vivimos y oramos conforme a la voluntad de Dios. Orar en el nombre del Señor Jesús no significa simplemente añadir "en el nombre de Jesús" al final de una oración. Por el contrario, significa orar en sumisión a Su voluntad. 

Como guerreros de oración, nos regocijamos en todas las cosas y tenemos un espíritu de agradecimiento por lo que Dios está haciendo en nuestras vidas y las vidas de otros, y nuestros propios espíritus crecen día a día al darnos cuenta de la magnitud de nuestras bendiciones. Sabemos con certeza que Dios proveyó el aliento que acabamos de respirar (Isaías 42:5); que Él ha perdonado nuestros pecados pasados, presentes y futuros (1 Juan 2:12); que nos ama con un amor eterno (Efesios 2:4-7); y que tenemos un lugar en el cielo con nuestro Señor (1 Pedro 1:3-5). Nuestros corazones, entonces, están llenos de alegría y paz, y rebosan con amor a Dios, y queremos que otros tengan este mismo amor, gozo y paz. Por lo tanto, intercedemos por ellos en oración. 

La oración efectiva es de hecho un trabajo. Tenemos que aprender a caminar con Dios, así que meditamos diariamente sobre Él y Sus caminos para llegar a ser más y más humildes, lo que es esencial para la oración efectiva (2 Crónicas 7:13-15). También estudiamos las Escrituras cuidadosamente todos los días para aprender lo que es agradable a Dios, y por lo tanto, lo que constituye la oración aceptable. Aprendemos a eliminar lo que obstaculiza la oración (Marcos 11:25; 1 Pedro 3:7;1 Juan 3:21-22) y procuramos no contristar al Espíritu de Dios (Efesios 4:30-32). Sabemos que estamos en una batalla espiritual con Satanás, así que debemos orar por nuestro propio bienestar espiritual para mantener nuestra fuerza y nuestro enfoque para orar por los demás (Efesios 6:12-18). 

Los guerreros de oración tienen un corazón para Dios, un corazón para orar, un corazón para las personas y un corazón para la Iglesia de Cristo. Por lo tanto, oramos continuamente y confiamos en que Dios responda a cada oración según Su perfecta voluntad y en Su momento oportuno.