¿Controla
dios todas las cosas?
Cualquier respuesta a esta pregunta
le crea un problema a la oración. Si la respuesta es “Sí”, se podría entonces
replicar: “¿Para qué entonces orar si Dios ya sabe qué es lo que va a hacer?
¿Qué diferencia pueden hacer nuestras oraciones o la falta de ellas al futuro
de nuestra vida, de nuestras familias, de nuestras naciones, del mundo entero?”
Si la respuesta es “No”, también se
podría replicar: “¿Para qué entonces orar, si Dios no controla todas las cosas?
¿Cómo se puede confiar en un Dios limitado?”
¿Cuál respuesta es la correcta?
¿Cómo se relacionan nuestras oraciones con el plan eterno de Dios?
¿Pueden
nuestras oraciones cambiar la voluntad de dios?
El profeta Isaías tuvo un duro
problema tratando de resolver el dilema de la soberanía de Dios y la influencia
de las personas de oración cuando predijo el futuro del pueblo judío.
La historia de Israel alcanzó su
punto culminante bajo el reinado del David y Salomón. El pueblo, sin embargo,
tuvo un problema: repetidamente se extravió tras la adoración de ídolos. Esto
hizo que su vida personal y nacional fuera aborrecida por Dios. Después de
todo, era el pueblo de Dios, la línea natural de la cual descendería el Mesías.
El ministerio profético de Isaías se
desarrolló durante el reinado de cuatro reyes (Isaías 1:1). Dos de esos reyes,
Uzías y Ezequías, fueron buenos gobernantes que fallaron al final de sus vidas.
Los otros dos, Jotam y Acaz, fueron corruptos y perversos durante todo su
reinado. Ellos trajeron destrucción al reino de Judá por medio de un deterioro
espiritual que adquirió características de nacional (2 Reyes 5-20).
Isaías vio venir el desastre
nacional. El informe del capítulo 59 de su libro suena como el encabezado de un
periódico moderno: “Hombre Intenta Bloquear la Voluntad de Dios”.
Isaías grita: “¡Atención todo el
mundo! Dios no está muerto. No es demasiado débil para enfrentar nuestros
problemas. Nuestra emergencia nacional es el fruto de nuestros pecados!” Isaías
hace una lista de las ofensas del pueblo: asesinato, engaño, lenguaje sucio,
injusticia, corrupción, crimen, perversión moral, violencia, peleas,
injusticia, desesperanza, culpa, rebelión, traición, apostasía, opresión,
¡colapso moral!
¿Se parece esta lista a lo que está
pasando en nuestro mundo actual? Estos pecados son señal del pronto juicio de
Dios.
Otro titular se puede leer en el
versículo 16: “Dios Está Horrorizado”. Y profundamente enojado por el estado
moral del reino de Judá, aunque no sorprendido. Una condición, sin embargo,
sobrepasa todo entendimiento, aun el Suyo. Mientras la maldad lleva al pueblo
hacia la invasión y el exilio, ¿nadie le pide a Dios que intervenga y cambie el
curso de los acontecimientos! ¡Casi nadie ora!
La actitud del pueblo es irracional.
Ellos saben que Dios ama a Su pueblo, que anhela ser invocado, que es capaz y
que está esperando rescatarlos del merecido juicio. Pero también saben que Dios
odia y castiga el pecado. Sus profetas han dejado ese punto bien claro desde la
fundación de la raza. El oído de Dios es excelente, y Su poder absoluto. Nadie
se va a salvar de cosechar las consecuencias de la idolatría y la inmoralidad.
Pero aún así la nación entera rehúsa la restauración moral y ningún intercesor
se gana en la brecha para aplacar la ira divina.
Dios no puede soportar la locura
descrita por el profeta Isaías. Se rehúsa a sentir lástima y a pasar por alto
el pisoteo de Sus justas leyes. Así que entra en acción. Primero, busca al
menos un intercesor. Pero al no encontrar a nadie que ruegue por el pueblo,
recurre a una ilustración para llamar la atención. Su táctica militar se
describe en Isaías 59:17-18.
Dios se pone un uniforme militar
para ejecutar el castigo del pueblo: coraza, casco e implementos de guerra. Se
prepara para derramar Su ira a la vista del pueblo. La nación entera pagará por
sus pecados porque se rehúsa a pedir perdón. Los ejércitos de Babilonia se
comienzan a aprestar para la invasión. Su pueblo se va a ir al cautiverio.
Los propósitos de Dios se cumplirán.
El tendrá un pueblo para Su Nombre. Ninguna persona o pueblo puede impedir el
cumplimiento de Su plan. El resultado final de los tratos de Dios con Su pueblo
se describe en el versículo 19:
“Y temerán desde el occidente el
nombre de Jehová, y desde el nacimiento del sol su gloria; porque vendrá el
enemigo como río, más el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él”.
Nuestro mundo moderno está
actualmente en las mismas condiciones en las que estaba el pueblo de Judá
entonces. Nos estamos apresurando hacia el juicio de Dios. Como en el antiguo
Judá, Dios está buscando intercesores que lleven las necesidades del mundo
delante de Él. Nuestras oraciones son el camino que Dios requiere para actuar a
favor de los pueblos de la tierra, a favor de los gobiernos, a favor de las
personas. Si los creyentes no oramos y pedimos por la manifestación e
intervención de Dios en los acontecimientos actuales, el resultado será la
destrucción final de la humanidad. Dios es soberano. Sus planes se ejecutan con
o sin nosotros.
Este es justamente el punto central
de la historia, donde nosotros encajamos. La oración no cambia la voluntad de
Dios, porque Él no puede cambiar (Malaquías 3:6). Pero la oración afecta la
forma en la que Él ejecuta Su voluntad.
¿Qué
pasa si no oramos?
Como hemos visto en el ejemplo de
Judá, Dios se reserva dos opciones para actuar: A) Si es que hay oración. B) Si
no hay oración.
Bajo el ejercicio de la opción A, Dios extiende gracia y
misericordia a través de la intercesión. Cuando la oración se hace presente, se
reciben los beneficios de Su misericordia y perdón. Amorosamente, Él espera ser
requerido. Pacientemente, Él espera que se pida Su intervención.
Pero allí donde reina la opción B, Dios se mueve forzado por Su
soberanía y santidad. Sus propósitos se deben cumplir. El no abandonará al
mundo al que ama, no lo dejará abandonado a su propia suerte.
A través de los siglos, Dios siempre
ha ofrecido estas dos opciones. Dios le dio a conocer la opción A a Salomón:
“Si se humillare mi pueblo, sobre el
cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren
de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus
pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
Cuatrocientos años después, Dios le
dio a conocer ambos caminos al profeta Ezequiel:
Opción
A:
“Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha
delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo
hallé” (Ezequiel 22: 30).
Opción
B:
“Por lo tanto derramé sobre ellos mi ira; con el ardor de mi ira los consumí;
hice volver el camino de ellos sobre su propia cabeza, dice Jehová el Señor”
(Ezequiel 22:31).
El Nuevo Testamento ratifica las
alternativas de Dios:
Opción
A:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
Opción
B:
“No tienes porque no pides” (Santiago 4:2).
Las alternativas que elijamos
tendrán efecto de largo alcance. Cuando escogemos la opción A, nos hacemos
parte del plan infinito de Dios. Cuando escogemos la opción B, perdemos el
privilegio de ser usados por Dios y de recibir las bendiciones espirituales que
Él dispensa a Sus hijos obedientes.
¿Cómo
encajan nuestras oraciones en del plan de dios?
¿Tiene Dios, entonces, control sobre
todas las cosas? Sí, ciertamente. No sería Dios de otra manera. Pero de la
forma en que El ejerce Su control es por medio de las personas que oran. La
elección para una nación, una iglesia, una persona, es orar o perecer.
Avivamiento o ira. Intercesión o juicio.
Las personas perdidas no pueden orar
por sí mismos, ni por sus familias, ni mucho menos por sus naciones. Primero deben
arrepentirse y recibir la salvación que ofrece Cristo Jesús (Romanos 10:13). El
curso de los eventos en la vida de una persona o una nación sólo es afectado
por medio de la oración hecha por creyentes en Cristo Jesús, y en Su nombre,
como se ve claramente en 2 Crónicas 7:14. Es el pueblo de Dios el que tiene
acceso al arsenal de bendiciones que Dios quiere derramar sobre la vida de una
persona, una familia o una nación.
Los cristianos cargamos con el peso
de la responsabilidad de orar por todas las personas y las naciones,
especialmente por la nación en la que vivimos. Aunque como individuos aislados
no podemos saturar nuestro país con oración, sí podemos saturar con oración la
parte de nuestro país que Dios nos ha confiado. Orar por los que nos rodean es
una forma de cumplir Su plan. Pablo urge a Timoteo (2:1-4) a poner manos en la
obra de orar por todos:
“Exhorto ante todo, que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres;
por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable
delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean
salvos y vengan al conocimiento de la verdad”.
Estos versículos nos muestran cómo y
dónde encajamos nosotros en el plan eterno de Dios. La oración es la actividad
primaria y más importante.
La oración abre el camino para el
Evangelio. ¿Ofreceríamos nuestra vida a Dios como un canal para la realización
de Su soberanía? Comprometámonos hoy día a dedicar el resto de nuestra vida a
la oración, es la única forma que Dios nos ha dado para cambiar el futuro de
nuestras familias y amigos. Es la única vía para cambiar el futuro de nuestra
nación, y aún del mundo entero.
Estamos viviendo en los últimos días
y la ira de Dios está pronto a ser derramada. ¿Creemos que es difícil para Dios
retardar la firma del Pacto entre Israel y el Anticristo? ¿Creemos que es
imposible para Él adelantar o retardar 10, 20 o 30 años la firma de este
desastroso tratado que marcará el último período de siete años que vivirá la
historia de la humanidad antes del FIN? Daniel 2: 21 declara enfáticamente una
verdad demostrada a través de toda la Biblia:
“El muda los tiempos y las edades;
quita reyes, y pone reyes”.
¿Está el lector espiritualmente
listo para lo que le sucedería si el pacto se firmara hoy? ¿Lo están sus
familiares? ¿Está orando por ellos como el que tendrá que dar cuenta ante Dios
de sus destinos eternos? ¿Ha entendido en su total magnitud el peligro que como
cristiano deberá enfrentar en los últimos días? Una vez que se haya convencido
de la validez de los temas tocados en este blog podrá utilizar ese conocimiento
para abrir una puerta de discusión con los que no saben acerca de la hora de la
prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre
la tierra (Apocalipsis 3: 10).
“Entonces habrá señales en el sol,
en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes,
confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los
hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la
tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al
Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas
cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra
redención está cerca. También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos
los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el
verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas
cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. De cierto os digo, que no pasará
esta generación hasta que todo esto acontezca. El cielo y la tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán. Mirad también por vosotros mismos, que vuestros
corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta
vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá
sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en
todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas
que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:25-36).
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