¿Alguien cree de verdad que el cristianismo contemporáneo carece de predicadores, libros, traducciones de la Biblia, y detalladas declaraciones doctrinales?

Lo que realmente falta es pasión para invocar al Señor hasta que Él abra los cielos y se muestre Todopoderoso.

La oración es más que algo que nosotros hacemos. Es algo que Dios hace a través de nosotros. Acepta la invitación de Dios para encontrarte con Él - y participar en Su voluntad en la tierra.

Únete a los exploradores que han abierto caminos para el Señor en la oración.

jueves, 13 de febrero de 2014

¿ORAS?

En esta adaptación libre de un clásico sobre la oración, se hace un llamamiento a todas las almas para que oren, independientemente de su rango o título. ¿Oras?, es una pregunta y una invitación sincera para todos los hijos de Dios, para que se presenten ante Él en oración. Léase para ser edificado y para que renovar la certeza de que tenemos acceso al Hacedor del cielo y de la tierra a través del Señor Jesucristo. 

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¿ORAS?


“Los hombres deben orar siempre” (Lucas 18:1).


“Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar” (1 Timoteo 2:8).


Tenemos una pregunta para ti. Está contenida en una palabra: ¿Oras? Esta es una pregunta que nadie más que tú puedes responder. Si asistes los domingos a la adoración pública o no, tu ministro lo sabe. Si tienes oraciones familiares o no, los de tu familia lo saben. Pero si oras en privado o no, es un asunto entre tú y Dios.

Te rogamos afectuosamente que atiendas el tema que traemos ante ti. No digas que nuestra pregunta es impertinente. Si tu corazón es recto ante los ojos de Dios, no hay nada en nuestra pregunta para que sientas miedo. No evites respondernos diciendo que dices tus oraciones. Una cosa es “decir” tus oraciones y otra es orar. No me digas que nuestra pregunta es innecesaria. Escúchanos durante unos minutos, y te mostraremos una buena razón para formularla.

Te preguntamos si oras, porque la oración es absolutamente necesaria para la salvación del hombre. Decimos, absolutamente necesaria, y lo decimos con conocimiento de causa. No hablamos ahora de los niños. No estamos hablando del estado de los paganos. Sabemos que donde poco se da, poco se exige. Hablamos sobre todo de aquellos que se llaman a sí mismos cristianos, en un país como el nuestro. Y de tal decimos, ningún hombre o mujer puede esperar ser salvo si no ora. Creemos en la salvación por gracia tan fuertemente como cualquiera. Le ofreceríamos perdón gratuito y completo al pecador más grande que jamás haya existido. No dudaríamos en pararnos al lado de su lecho de muerte, y decirle: “Cree en el Señor Jesucristo, incluso ahora, y serás salvo” (Hechos 16:31). Pero que una persona pueda ser salva sin pedirlo, no lo vemos en la Biblia. Que una persona reciba el perdón de sus pecados, y no levante su corazón interiormente, y diga: “Señor Jesús, sálvame de mis pecados”, esto no lo encontramos. Podemos encontrar que nadie será salvo por sus oraciones, pero no podemos encontrar a alguien sea salvo sin que medie la oración. No es absolutamente necesario para la salvación que una persona deba leer la Biblia. Una persona puede no tener el aprendizaje, o ser ciego, y sin embargo tener a Cristo en su corazón.

No es absolutamente necesario que una persona deba escuchar la predicación pública del evangelio. Puede vivir donde el evangelio no es predicado, o puede estar postrado en cama, o ser sordo. Pero lo mismo no se puede decir acerca de la oración. Es absolutamente necesario para la salvación, que una persona ore.

No hay camino real ya sea para la salud o el aprendizaje. Los ministros y los reyes, los hombres pobres y los campesinos, todos por igual deben atender a las necesidades de sus propios cuerpos y sus mentes. Ninguna persona puede comer, ni beber, ni dormir, ni aprender el alfabeto por otro. Todas estas son cosas que debemos hacer por nosotros mismos, o no obtendremos ninguno de sus beneficios.

Al igual que sucede con la mente y el cuerpo, así es con el alma. Hay ciertas cosas que son absolutamente necesarias para la salud y el bienestar del alma. Cada uno de nosotros debe ocuparse de estas cosas por sí mismo. Cada uno de nosotros debe arrepentirse por sí mismo. Cada uno de nosotros debe invocar a Cristo por sí mismo. Y cada uno de nosotros debe hablar con Dios y orar. Debemos hacerlo por nosotros mismos, ya que nadie lo puede hacer por nosotros.

Estar sin oración es estar sin Dios, sin Cristo, sin gracia, sin esperanza y sin cielo. Estar sin oración es estar en el camino al infierno. ¿Comprendes ahora lo importante que es esta pregunta?

¿Oras?

Volvemos a preguntar si oras, porque el hábito de la oración es una de las más seguras de marcas del verdadero cristiano.

Todos los hijos de Dios en la tierra son iguales en este aspecto. Desde el momento que hay algo de vida y realidad en su religión, oran. Así como el primer signo de la vida de un bebé cuando nace en el mundo es el llanto, así mismo el primer acto de los hombres y las mujeres cuando han nacido de nuevo es la oración.

Esta es una de las marcas comunes de todos los elegidos de Dios: “claman a él día y noche” (Lucas 18:7). El Espíritu Santo, que nos convierte en criaturas nuevas, obra en nosotros un sentimiento de adopción, “por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). El Señor Jesús, cuando nos da vida, nos da una voz y una lengua, y nos dice: “No seas más mudo”. Dios no tiene hijos mudos. Es una parte tan importante de nuestra nueva naturaleza el orar, así como es de un niño el llorar. Si vemos nuestra necesidad de la misericordia y la gracia divinas, y si sentimos nuestro vacío y debilidad, no podemos hacer algo más sabio que orar.

Hemos examinado cuidadosamente las vidas de los santos de Dios en la Biblia. No podemos encontrar una sola persona de la que se nos diga mucho, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que no fuese una persona de oración. Encontramos registrado como una característica de los santos el que “claman al Padre”, el que “invocan el nombre del Señor Jesucristo”. Encontramos registrado como una característica de los impíos el que “no claman al Señor” (1 Pedro 1:17; 1 Corintios 1:2; Salmo 14:4).

Hemos leído la vida de muchos cristianos eminentes que han estado en la tierra desde los tiempos bíblicos. Algunos de ellos, vemos, eran ricos y otros pobres. Algunos fueron educados, y algunos indoctos. Algunos de ellos eran episcopales, y otros eran cristianos de otras denominaciones. Algunos eran calvinistas, y algunos eran arminianos. Algunos han querido utilizar liturgia, y otros, ninguna. Pero una cosa vemos que todos tenían en común: todos ellos han sido hombres de oración.

Hemos estudiado los informes de las sociedades misioneras en nuestros días. Vemos con alegría que los hombres y mujeres perdidos reciben el Evangelio en diversas partes del mundo. Hay conversiones en África, en Nueva Zelanda, en la India, en China. Los convertidos son, naturalmente, diferentes unos a otros en todos los aspectos. Pero una cosa sorprendente de observar es que en todas las estaciones misioneras, las personas convertidas siempre oran.

No negamos que una persona puede orar sin corazón y sin sinceridad. No creemos ni por un momento pretendemos decir que el mero hecho de “orar” demuestra todo lo relacionado con el alma. Al igual que en cualquier otra parte de la religión pura y verdadera, también en esto puede haber engaño e hipocresía.

Pero esto afirmamos, que no orar es una prueba clara de que un hombre no es todavía un verdadero cristiano. Él no puede sentir realmente sus pecados. Él no puede amar a Dios. No puede sentirse deudor de Cristo. No puede anhelar la santidad. No puede desear el cielo. Aún no ha nacido de nuevo. Aún no se ha hecho una nueva criatura. Puede presumir de confianza en la elección, en la gracia, en la fe, en la esperanza y en el conocimiento, y engañar a la gente ingenua. Pero si no ora de verdad, todo es vana presunción.

Y decimos además, que de todas las evidencias de la verdadera obra del Espíritu, el hábito de la oración privada abundante es una de las más satisfactorias que se puede nombrar. Un hombre puede predicar por falsos motivos. Puede escribir libros y hacer bellos discursos y parecer diligente en las buenas obras, y sin embargo ser un Judas Iscariote. Pero un hombre rara vez entra en su cuarto privado a derramar su alma delante de Dios que ve en lo secreto, a menos que sea en serio. El Señor mismo ha puesto Su sello de aprobación en el que ora, porque orar es la mejor prueba de la conversión. Cuando el Señor envió a Ananías a Saulo en Damasco, no le dio otra prueba del cambio de corazón que el perseguidor de la iglesia había experimentado que esto: “He aquí, él ora” (Hechos 9:11).

Mucho puede pasar por la mente de una persona antes de que sea traída a presentarse delante del Señor en oración. Se pueden tener muchas convicciones, deseos, sentimientos, intenciones, resoluciones, esperanzas y temores. Pero todas estas cosas son evidencias muy inciertas de la verdadera espiritualidad. Ellas se encuentran en las personas impías también, y muchas veces llegan a nada. En más de un caso los sentimientos no son más duraderos que las nubes de la mañana, y el rocío que pasa. Una oración abundante y real, emanando de un espíritu contrito y humillado, vale más que todas estas cosas juntas.

El Espíritu Santo, que llama a los pecadores de sus malos caminos, en muchos casos los lleva a pasos muy lentos al conocimiento de Cristo. Sin embargo, el ojo humano sólo puede juzgar por lo que ve. No podemos llamar a ninguna persona justificada hasta que cree. Y no nos atrevemos a decir que alguien cree, hasta que ora. No podemos entender una fe muda. El primer acto de fe será hablar con Dios. La oración es a la fe lo que la respiración es para el cuerpo. ¿Cómo una persona puede vivir y no respirar, va más allá de nuestra comprensión? ¿Cómo una persona puede creer y no orar? Va más allá de nuestra comprensión también.

No te sorprendas si escuchas a creyentes fervientes hablar mucho sobre la importancia de la oración. Este es el punto que queremos destacar aquí. Queremos saber si oras. Tus puntos de vista acerca de la doctrina pueden ser correctos. Tu amor por el evangelio puede ser cálido e inconfundible. Pero aún así esto puede ser nada más que conocimiento intelectual y el espíritu de división. Queremos saber si en realidad estás familiarizado con el trono de la gracia, y si sabes hablar con Dios, así como sabes hablar de Él.

¿Quieres saber si eres un verdadero cristiano? Entonces responde nuestra pregunta, que es de importancia vital: ¿Oras?

Te preguntamos si oras, porque no hay obligación en la religión tan descuidada como la oración privada.

Vivimos en días de abundante actividad religiosa. Hay más lugares de culto público ahora que nunca antes. Hay más personas que asisten a ellos de lo que alguna vez lo hubo antes. Y sin embargo, a pesar de toda esta religión pública, sabemos que hay un gran descuido de la oración privada. La oración privada es una transacción entre Dios y el alma que ningún ojo humano ve, y por lo tanto una que los hombres se sienten tentados a pasar por alto y dejar sin hacer.

Cientos de miles que se llaman cristianos nunca pronuncian de verdad una palabra de oración en absoluto. Comen. Beben. Duermen. Se levantan. Van a su trabajo. Regresan a sus hogares. Respiran el aire de Dios. Viajan en la tierra de Dios. Disfrutan las misericordias de Dios. Tienen cuerpos que están muriendo. Tienen juicio y la eternidad por delante. Pero nunca le hablan a Dios. Viven como las bestias que perecen. Se comportan como criaturas sin alma. No tienen una palabra que decir a Aquel en cuya mano está su vida y aliento y todas las cosas, y de cuya boca deben recibir algún día su condena eterna. ¡Cuán terrible es esto! Pero si tan sólo se conocieran los secretos de los hombres, nos daríamos cuenta de cuán común es.

Hay cientos de miles de “cristianos” cuyas oraciones no son más que mera fórmula, un conjunto de palabras que se repiten de memoria, sin un pensamiento acerca de lo que significan. Algunos dicen poco más que unas frases apresuradas aprendidas en la guardería cuando eran chicos. Algunos se contentan con repetir un credo, olvidando que no hay una solicitud personal en ninguno de ellos. Algunos agregan La Oración del Señor, pero sin el menor deseo de que sus peticiones solemnes puedan ser concedidas.

Muchos, incluso los que pronuncian las palabras correctas, murmuran sus oraciones después de que se han ido a la cama, o mientras se bañan o se visten por la mañana. Puedes pensar lo que quieras, pero no puedes pretender que tal cosa sea una verdadera oración a los ojos de Dios. Las palabras dichas sin corazón son completamente inútiles para el alma como el sonido del tambor de los salvajes lo es delante de sus ídolos. Donde no hay corazón, puede haber obra de labios y lengua, pero no hay ninguna oración. Saulo, no tenemos ninguna duda, dijo muchas largas oraciones antes que el Señor se le apareciera camino a Damasco. No fue sino hasta que su corazón estaba quebrantado que dijo el Señor: “He aquí, él ora”.

¿Esto te sorprende? ¿Crees que nuestras afirmaciones son extravagantes y exageradas? Danos tu atención, y pronto vamos a demostrarte que estamos diciendo la verdad.

¿Has olvidado que no es natural para el ser humano orar? “La mente carnal es enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). El deseo del corazón del hombre es alejarse de Dios, y no tener nada que ver con Él. Sus sentimientos hacia Él no son amor, sino miedo. ¿Por qué entonces oraría un hombre, si no tiene verdadero sentido del pecado, ningún sentimiento real de las necesidades espirituales, ninguna creencia profunda en las cosas que no se ven, ni deseo de santidad ni del cielo? De todas estas cosas, la gran mayoría de los hombres no conocen ni sienten nada. Las multitudes transitan despreocupadamente por el camino ancho de la perdición. No olvides esto. Por eso te preguntamos impertinentemente: ¿Oras?

¿Está de moda orar? ¿Es habitual ver a personas orando por ahí? Más bien, la oración es una de esas cosas que muchos que se llaman cristianos estarían avergonzados de practicar en público. Hay cientos de “cristianos” que prefieren llevar una esperanza vana en vez de confesar públicamente que la oración tiene algún efecto. Vestir bien, ir al cine, creerse inteligente y agradable, todo esto está de moda, pero no orar. No hay hábito cristiano del cual los “cristianos” se avergüencen más de practicar que la oración.

Pocos oran.

¿Hemos olvidado la vida que muchos viven? ¿Podemos realmente creer que los cristianos están orando contra el pecado de noche y día, cuando los vemos hundirse en él? ¿Podemos suponer que oran en contra del mundo, cuando están totalmente absorbidos y llevados durante el día y la noche en sus actividades? ¿Podemos pensar que en realidad le piden a Dios la gracia de servirle, cuando no muestran el menor interés de servirle en lo absoluto? Oh, no, es claro como la luz del día que la gran mayoría de los “cristianos” o no piden nada a Dios o realmente no desean de corazón lo que piden, que es lo mismo. La oración y el pecado nunca vivirán juntos en el mismo corazón. La oración consumirá al pecado, o el pecado ahogará a la oración. Al observar la vida que muchos “cristianos” viven no podemos evitar declarar: es obvio que pocos oran.

¿Hemos olvidado las muertes que muchos mueren? ¿Cuántos, cuando se acercan a la muerte, parecen completamente ajenos a Dios? No sólo son tristemente ignorantes de Su evangelio, si no que son muy torpes en la facultad de hablarle. Hay una dificultad terrible y una gran timidez en sus esfuerzos por acercarse a Él. Parece como si quisieran una presentación ante Dios, y como si nunca hubiesen hablado antes con Él. Hemos oído de una anciana que estaba ansiosa de que un ministro la visitara en su lecho de muerte. Deseaba que fuese a orar por ella. El ministro le preguntó qué debía orar. Ella no lo sabía, no podía decirlo. Era totalmente incapaz de nombrar una sola cosa que deseara pedir a Dios por su alma. Lo único que parecía querer era el ritual de las oraciones hechas por un ministro. Los lechos de muerte son grandes reveladores de secretos. La verdadera condición eterna de una persona se hace evidente cuando está gravemente enferma y moribunda. Esto es lo que nos lleva a afirmar que pocas personas oran.

No podemos ver tu corazón. No conocemos tu historia privada en las cosas espirituales. Pero por lo que vemos en la Biblia y en el mundo estamos seguro de que no podemos hacerte una pregunta más necesaria que esta: ¿Oras?

Te preguntamos si oras, porque la oración es una actividad espiritual que recibe gran estímulo en la Biblia. Hay de todo, de parte de Dios, para hacer de la oración algo sencillo, si los hombres sólo lo intentan. Todo está de nuestro lado. Se anticipa cada objeción. Cada dificultad ha sido prevista. Los caminos torcidos se han enderezado, y lo áspero se ha hecho suave. No hay excusa para la persona que no ora.

Hay un camino por el cual cualquier persona, aun el más pecador e indigno, puede acercarse a Dios el Padre. El Señor Jesucristo ha abierto ese camino por el sacrificio que hizo por nosotros en la cruz. La santidad y la justicia de Dios no tienen por qué asustar a los pecadores y mantenerlos lejos. Solamente déjenlos clamar a Dios en el nombre del Señor Jesús, y encontrarán a Dios en el trono de la gracia, dispuesto y listo para escuchar y perdonar. El nombre del Señor es un pasaporte infalible para nuestras oraciones. En este nombre una persona puede acercarse a Dios con valentía, y pedir con confianza. Dios se ha comprometido a escuchar. Meditemos en esto. ¿No es esto un estímulo?

Hay un Abogado e Intercesor siempre a la espera de presentar las oraciones de aquellos que vienen a Dios por medio de Él. Ese abogado es el Señor Jesucristo. Se entremezclan nuestras oraciones con el incienso de Su propia todopoderosa intercesión. Así mezcladas, se desvanecen nuestras ineptitudes y llegan nuestras oraciones como un olor grato delante del trono de Dios. Pobres como son en sí mismas nuestras oraciones, se hacen fuertes y poderosas en la mano de nuestro Sumo Sacerdote. El cheque sin firma en el fondo no es más que un pedazo de papel sin valor. El trazo de un lápiz le confiere todo su valor. La oración de un pobre hijo de Adán es una cosa débil en sí misma, pero una vez aprobada por la mano del Señor Jesús, puede mucho.

Había un oficial en la ciudad de Roma que decidió tener sus puertas siempre abiertas, para recibir a cualquier ciudadano romano que viniese a él por ayuda. Así mismo el oído del Señor Jesús está siempre abierto al clamor de todos los que necesitan misericordia y gracia. Es Su oficio el ayudarnos. Nuestra oración es Su deleite. Meditemos en esto. ¿No es esto un estímulo?

Ahí está siempre el Espíritu Santo. Siempre dispuesto a ayudarnos en nuestra debilidad en la oración. Es una parte de Su oficio especial ayudarnos en nuestros esfuerzos para hablar con Dios. No tenemos que estar abatidos y angustiados por el temor de no saber qué decir. El Espíritu nos dará palabras si buscamos Su ayuda. La inspiración del Espíritu del Señor son las verdaderas oraciones del pueblo de Dios. La obra del Espíritu Santo que habita en nosotros como el Espíritu de gracia y de oración, nos capacita para orar como debemos. Sin duda, el pueblo del Señor tiene la esperanza de ser escuchado. No pedimos solos, el Espíritu Santo pide por nosotros cuando oramos. Cuando oramos. Meditemos en esto. ¿No es esto estímulo?

Hay grandísimas y preciosas promesas para aquellos que oran. ¿Qué quiso decir el Señor Jesús cuando habló palabras como éstas: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla, y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7,8). “Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 12:22). “Todo lo que pidiereis en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13, 14). ¿Qué quiso decir el Señor cuando pronunció las parábolas del amigo a la medianoche y la viuda importuna? (Lucas 11:5, 18:1) Meditemos en estos pasajes. Si esto no es un estímulo para orar, estas palabras no tienen sentido.

Hay ejemplos maravillosos en la Escritura acerca del poder de la oración. Nada parece ser demasiado grande o demasiado difícil para que la oración lo haga. Consigue lo que parecía imposible y fuera de su alcance. Logra victorias sobre el fuego, la tierra, el aire y el agua. La oración abre el Mar Rojo. La oración hace brotar agua de la roca y descender pan del cielo. La oración hace que el sol se detenga. La oración trae fuego del cielo sobre el sacrificio de Elías. La oración vuelve el consejo de Ahitofel en necedad. La oración derroca al ejército de Senaquerib. Bien pudo decir la Reina María de Escocia: “Temo a las oraciones de John Knox más que a un ejército de 10.000 hombres”. La oración ha sanado a los enfermos. La oración ha resucitado a los muertos. La oración ha procurado la conversión de las almas. “El niño por el que se ha orado tanto”, dijo un viejo cristiano a la madre de Agustín, “nunca perecerá”. La oración y la fe pueden hacer cualquier cosa. Nada parece imposible cuando una persona tiene el espíritu de adopción. “Ahora, pues, déjame…”, es la frase notable de Dios a Moisés cuando Moisés estaba a punto de interceder por los hijos de Israel: la versión Caldea dice: “Deja de orar” (Éxodo 32:10). Mientras Abraham se mantuvo intercediendo a favor de Sodoma, el Señor continuó dándole lo que pedía. Él nunca dejó de dar hasta que Abraham dejó de pedir. ¿No es esto un estimulo?

¿Qué más, además de las cosas que acabamos de decir sobre la oración, puede necesitar una persona para dar el primer paso y ponerse a orar? ¿Qué más se podría hacer para demostrar que la ruta de acceso al trono de la gracia es fácil, para demostrar que se han eliminado todas las ocasiones de tropiezo en el camino los pecadores? Si los demonios tuviesen una puerta así abierta ante ellos, ¿no saltarían de alegría y se alejarían corriendo de su infierno?

Pero, ¿dónde esconderá su cabeza la persona que es indiferente a estos estímulos gloriosos? ¿Qué puede decirse de la persona que, después de todo, muere sin oración? Ansiamos que no seas tú esa persona.

¿Oras?

Preguntamos si oras, porque la diligencia en la oración es el secreto de la santidad. Indiscutiblemente hay una gran diferencia entre los verdaderos cristianos. Hay una sima inmensa entre los más destacados y los postreros en el ejército de Dios.

Todos estamos peleando la misma buena batalla, pero ¡cuánto más valientemente unos que otros! Todos estamos haciendo la obra del Señor, pero ¡cuánto más la hacen unos que los otros! Todos somos luz en el mundo; pero ¡cuánto más brillan unos más que los otros! Todos estamos corriendo la misma carrera, pero ¡cuánto más rápido unos se ponen adelante de los otros! Todos amamos al mismo Señor y Salvador, pero ¡cuánto más le aman unos que los otros! Le preguntamos a todo verdadero cristiano si éste no es el caso. ¿No son así las cosas?

Hay algunos en el pueblo del Señor que nunca parecen capaces de continuar desde el momento de su conversión. Han nacido de nuevo, pero siguen siendo bebés toda la vida. Se oye de ellos la misma experiencia de siempre. Observamos en ellos la misma falta de apetito espiritual, la misma falta de interés en algo que vaya más allá de su propio pequeño círculo. Son peregrinos, en efecto, pero peregrinos como los gabaonitas de la antigüedad: su pan está siempre seco y mohoso, sus zapatos siempre viejos, y sus vestidos siempre desgarrados (Josué 9:3-15). Lo decimos con tristeza y dolor, pero preguntamos a cualquier cristiano verdadero, ¿no es esto cierto?

Hay otros del pueblo del Señor que parecen estar siempre avanzando. Crecen como la hierba después de la lluvia, aumentan como Israel en Egipto, prosiguen como Gedeón; aunque hay veces en que se debilitan, siempre prosiguen (Jueces 8:4). Están siempre añadiendo gracia a la gracia y fe a la fe, y fuerza a la fuerza. Cada vez que nos encontramos con ellos su corazón parece más grande, y su estatura espiritual más alta y más fuerte. Cada año se manifiestan más en su espiritualidad y hacen más por el avance de la religión pura y verdadera. No sólo tienen buenas obras para demostrar la realidad de su fe, sino son celosos de ellas. No sólo hacen el bien, sino que son incansables en hacer el bien. Tratan de hacer grandes cosas, y hacen grandes cosas. Cuando fallan, lo intentan otra vez, y cuando se caen, pronto se levantan de nuevo. Y todo el tiempo piensan que son pobres siervos inútiles, no productivos, y fantasean que no hacen nada en absoluto. Estos son los que hacen encantadora y bella la religión pura y verdadera delante de los ojos de todos. Arrancan elogios incluso de los no convertidos y ganan opiniones doradas incluso de las personas egoístas del mundo. Es bueno verlos, estar con ellos y escucharlos. Cuando nos encontramos con ellos pensamos que, como Moisés, acaban de salir de la presencia de Dios (Éxodo 34:29-35). Cuando compartimos con ellos nos sentimos como arrimándonos al fuego, como si su alma estuviera en llamas. Sabemos que cristianos así son poco frecuentes de encontrar. Sabemos que cristianos así pasan mucho tiempo en oración.

¿De qué otra manera se puede explicar la diferencia entre los unos y los otros que acabamos de describir? ¿Cuál es la razón por la que algunos creyentes son mucho más brillantes y más santos que otros? La diferencia, en diecinueve casos de un total de veinte, surge del hábito de la oración privada. Unos santos oran poco, y los otros oran mucho.

Esta opinión puede asustar a algunos. No dudamos que muchos ven el hábito de la oración consagrada como una especie de don especial, que sólo unos pocos pueden realizar. Lo admiran a la distancia, en los libros. Creen que es hermoso cuando se enteran de alguien que en algún lugar lejano se dedica a orar. Pero en cuanto a que sea algo que esté al alcance de cualquier hijo del Reino, parece no entrar en sus mentes. En resumen, lo consideran una especie de monopolio concedido a pocos creyentes favorecidos, pero ciertamente no a todos.

Este pensamiento es un error muy peligroso. La grandeza espiritual, así como la natural, depende en gran medida de la fiel utilización de los medios al alcance. Por supuesto, no decimos que tengamos derecho a esperar una porción milagrosa de dotes intelectuales. Decimos que cuando una persona es convertida a Dios, su progreso en la vida espiritual dependerá de su propia diligencia en el uso de los medios que Dios le ha concedido. Y afirmamos con seguridad que el principal medio por el cual la mayoría de los creyentes se han convertido en grandes en el reino de Cristo es el hábito diligente de la oración privada.

Miremos las vidas de los más brillantes y mejores siervos de Dios, ya sea en la Biblia o fuera de ella. Consideremos lo que está escrito de Moisés y David y Daniel y Pablo. Consideremos lo que se registra de Bunyan y Watchman Nee. Consideremos lo que se relaciona con las devociones privadas de los hombres y las mujeres que viven en los países donde creer en el evangelio de Nuestro Señor a menudo se paga con la muerte. Menciónenos el lector un conocido santo y mártir de la historia de la iglesia que no haya tenido esta marca como la más prominente en su vida: era un hombre de oración. Contemos con ello, la oración es poder.

La oración obtiene efusiones frescas y continuas del Espíritu de Dios. Sólo Él comienza la obra de la gracia en el corazón de las personas. Sólo Él puede llevarla adelante y hacerla prosperar. Pero el buen Espíritu ama ser buscado. Y los que Le buscan más obtendrán más de Su presencia.

La oración es el remedio más seguro contra el Diablo y los pecados que nos asedian. El pecado no se mantendrá firme en el corazón del que ora fervientemente. El demonio nunca mantendrá el dominio sobre el que le ruega al Señor que lo libere. Pero debemos presentar todo nuestro caso ante nuestro Médico Celestial, si es que en verdad esperamos que nos de alivio.

¿Quieres crecer en la gracia y ser un cristiano devoto? Entonces no podríamos hacerte una pregunta más importante que esta: ¿Oras?

Te preguntamos si oras, porque el descuido de la oración es la gran causa de las caídas.

Existe tal cosa como volverse atrás de la religión pura y verdadera, aún después de haber tenido un buen testimonio. Los cristianos pueden ir bien por una temporada, al igual que los Gálatas, y luego girar a un lado tras falsos maestros. Los cristianos pueden profesar en voz alta, mientras que sus sentimientos son cálidos, como lo hizo Pedro, y luego en la hora de la prueba negar a su Señor. Los cristianos pueden perder su primer amor como lo hicieron los Efesios. Los cristianos pueden enfriarse en su afán de hacer el bien, como Juan Marcos el compañero de Pablo. Los cristianos pueden seguir a un apóstol por una temporada, y luego, como Demas, volver al mundo. Todo esto lo pueden hacer los cristianos.

Una de las cosas más tristes es caer de la fe. De todas las cosas tristes a las que puede enfrentarse un creyente, caer de la fe es la peor. Un barco varado, un águila con las alas rotas, un jardín invadido por la maleza, un arpa sin cuerdas, un templo en ruinas… todos estos son panoramas tristes. Pero un cristiano que ha caído de la fe es la más triste de las visiones. Una conciencia herida, una mente enferma de culpa, recuerdos llenos de remordimiento, un corazón atravesado por las flechas del averno, un espíritu roto por la acusación…todo esto es la antesala del infierno. Es un infierno en la tierra. En verdad el dicho del sabio es solemne e importante: “De sus caminos será hastiado el necio de corazón” (Proverbios 14:14).

Y, ¿cuál es el motivo de la mayoría de las caídas? Por regla general, una de las principales causas es el descuido de la oración privada.

Por supuesto, la historia secreta de las caídas no se sabrá sino hasta el último día. Sólo podemos dar nuestra opinión como siervos de Cristo y como estudiantes del corazón humano y Divino. Esta opinión es, lo repetimos claramente, que la caída espiritual de los creyentes se inicia con el abandono de la oración privada.

Biblias leídas sin oración; sermones escuchados sin oración; matrimonios contraídos sin oración; viajes realizados sin oración; residencias elegidas sin oración; amistades formadas sin oración; la práctica diaria de la oración apresurada, o hecha sin corazón: este es el tipo de senda hacia atrás por la cual muchos cristianos descienden a un estado de parálisis espiritual, o alcanzan el punto en que Dios les permite tener una caída mortal. Este es el proceso que da a luz a los codiciosos Lots, a los inestables Sansones, a los idolatras Salomones, a los impíos Asas, a los transigentes Josafats, a las agobiadas Martas… todos los cuales se encuentran hoy en las iglesias de Cristo.

Los cristianos caen en privado mucho antes de que caigan en público. Al igual que Pedro, primero ignoran la advertencia del Señor de velar y orar. A continuación, al igual que Pedro, su fuerza se ha ido, y en la hora de la tentación niegan a su Señor (Mateo 26:40-75). El mundo toma nota de su caída, y se burla en voz alta. Pero el mundo no sabe nada de la verdadera razón. Los paganos logran que un conocido cristiano ofrezca incienso a un ídolo al amenazarlo con un castigo peor que la muerte. Ellos triunfaron en gran medida por culpa de su cobardía y apostasía. Pero los paganos no supieron del hecho del que la historia nos informa: que esa misma mañana había salido de su alcoba a toda prisa, y sin haber terminado sus oraciones habituales.

Si eres un cristiano de hecho, confiamos en que nunca serás un impenitente. Pero si no quieres ser un cristiano caído, considera seriamente la pregunta que te hacemos: ¿Oras?

Te preguntamos si oras porque la oración es uno de los mejores medios para la felicidad y contentamiento.

Vivimos en un mundo en el que abunda la tristeza. Este siempre ha sido su estado desde que el pecado entró. No puede haber pecado sin dolor. Y hasta que el pecado sea expulsado del mundo, es inútil para cualquiera suponer que puede escapar de la tristeza.

Algunos, sin duda, tienen una copa más grande de sufrimiento que beber que otros. Pero pocos se encuentran que vivan mucho tiempo sin dolores ni cuidados de un tipo u otro. Nuestros cuerpos, nuestras propiedades, nuestras familias, nuestros hijos, nuestras relaciones, nuestros políticos, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros llamamientos mundanos, todas y cada una de estas esferas son fuentes de preocupación y cuidado. Enfermedad, muerte, pérdidas, decepciones, separaciones, ingratitudes, calumnias, todas estas son cosas comunes en nuestro mundo. No podemos pasar por la vida sin ellos. Un día u otro nos encuentran. Cuanto mayor son nuestros afectos más profundas son nuestras aflicciones, y cuanto más amamos, más tenemos que llorar.

¿Y cuál es la mejor forma de alegría en un mundo como este? ¿Cómo vamos a conseguir pasar a través de este valle de lágrimas con el menor dolor? No hay medio mejor que el hábito de llevar todo a Dios en oración. Este es el consejo claro que la Biblia da, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. ¿Qué dice el salmista? “Invócame en el día de la angustia; Te libraré, y tú me honrarás”. (Salmo 50:15). “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; No dejará para siempre caído al justo “(Salmo 55:22). ¿Qué dice el apóstol Pablo? “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6,7). ¿Qué dice el apóstol Santiago: “¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración” (Santiago 5:13).

Esta ha sido siempre la práctica de todos los santos, cuya historia está registrada en las Escrituras. Esto es lo que hizo Jacob cuando temía a su hermano Esaú. Esto es lo que Moisés hizo cuando todos estaban listos para apedrearlo en el desierto. Esto es lo que hizo Josué cuando Israel fue vencido delante de los de Hai. Esto es lo que hizo David, cuando él estaba en peligro en Quelia. Ezequías lo hizo cuando recibió la carta de Senaquerib. Esto es lo que la iglesia hizo cuando Pedro fue puesto en prisión. Esto es lo que Pablo hizo cuando fue lanzado en el calabozo de Filipos.

La única manera de ser realmente feliz en un mundo como este, es siempre echando toda nuestra ansiedad sobre Dios. El tratar de llevar nuestras propias cargas es lo que tan a menudo hace que los creyentes estén tristes, angustiados, deprimidos. Si contamos nuestros problemas a Dios, Él nos permitirá sobrellevar nuestras cargas tan fácilmente como Sansón llevó sobre sus hombros las puertas de Gaza (Jueces 16:3). Si lo hacemos por nosotros mismos, hallaremos que un saltamontes es una carga insoportable.

Hay un Amigo siempre esperando para ayudarnos, si vamos a desahogar con Él nuestro corazón. Un Amigo que se compadeció de los pobres, de los enfermos y afligidos cuando estuvo en la tierra. Un Amigo que conoce el corazón del hombre, porque Él vivió treinta y tres años como un Hombre entre nosotros. Un Amigo que puede llorar con los que lloran, porque Él era un varón de dolores, experimentado en quebranto. Un Amigo que es capaz de ayudarnos, porque nunca hubo dolor terrenal que no pudiese curar. Ese amigo es Cristo Jesús. La manera de ser feliz es estar siempre con nuestros corazones abiertos a Él. ¡Oh si todos fuéramos como el pobre cristiano que respondió, cuando fue amenazado y torturado: “Tengo que decirle al Señor”!

El Señor Jesús puede hacer feliz aquellos que confían en Él y le invocan, sea cual sea su condición externa. Él puede darnos la paz de corazón en una prisión, la alegría en medio de la pobreza, la comodidad en medio del duelo, la alegría al borde de la tumba. Hay una plenitud poderosa que está lista para ser derramada sobre cada uno que Le pide en oración. ¡Oh, que la gente entendiera que la felicidad no depende de circunstancias externas, sino del estado del corazón ante Dios!

La oración puede alivianar nuestras cruces, aunque sin embargo estas pesan. Puede traer a nuestro lado a Aquel que nos ayudará a sobrellevarlas. La oración puede abrir una puerta para nosotros cuando a nuestro alrededor hay sólo murallas. La oración puede hacer descender a uno que nos diga: “Este es el camino, andad por él” (Isaías 30:21). La oración puede dejar entrar un rayo de esperanza cuando todas nuestras perspectivas terrenales parecen oscuras. Puede hacer descender a nosotros a Aquel que dice: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5). La oración puede obtener alivio para nosotros cuando aquellos que más amamos son quitados, y el mundo se presenta inclemente. La oración puede traer a Aquel que puede llenar el vacío en nuestros corazones con Él mismo, y decir al agitado mar de nuestra alma: “Calla, enmudece” (Marcos 4:39). ¡Oh, que la gente no sea como Agar en el desierto, ciega al pozo de agua viva cerca a ella (Génesis 21:14-19).

¿Dices que quieres ser feliz? Entonces no podemos hacerte una mejor pregunta que ésta: ¿Oras?

Confiamos en que te hemos traído cosas que serán consideradas seriamente por ti. Oramos con todo nuestro corazón a Dios que estas palabras sean una bendición para tu alma.

Permítannos decir una palabra de despedida a los que no oran. No nos atrevemos a suponer que todos los que lean estas páginas son personas que oran. Si eres una persona que no ora, déjanos hablar contigo hoy en nombre de Dios.

Lector que no oras, sólo podemos advertirte pero lo hacemos solemnemente. Te advertimos que estás en terreno peligroso. Si mueres en tu estado actual, eres un alma perdida. Sólo te levantarás otra vez para ser eternamente miserable. Te advertimos que todos los cristianos profesantes están totalmente sin excusa. No hay ni una sola buena razón que se pueda dar como justificación para vivir sin oración. Es inútil decir que no sabemos cómo orar. La oración es el acto más sencillo de la religión pura y verdadera. Se trata, simplemente, de hablar con Dios. No se necesita ni aprendizaje ni sabiduría ni un libro de conocimientos para empezar. Solo se necesita el corazón y la voluntad. El niño más débil llora cuando tiene hambre. El pobre mendigo puede estirar su mano pidiendo limosna. La persona más ignorante encontrará algo que decir a Dios, si es que tiene voluntad para hacerlo.

Es inútil decir que no tienes un lugar conveniente para orar. Cualquier persona puede encontrar un lugar lo suficientemente privado, si está dispuesta. Nuestro Señor oró en una montaña; Pedro en la azotea, Isaac en el campo; Natanael bajo la higuera; Jonás en el vientre de la ballena. Cualquier lugar puede convertirse en un lugar privado, en un oratorio, en un Betel, y hacer que esté con nosotros la presencia de Dios.

Es inútil decir que no tienes tiempo. Hay un mucho tiempo disponible, si la gente sólo quisiera emplearlo en la oración. El tiempo disponible siempre es suficiente para dedicarlo la oración. Daniel tenía los asuntos de un reino en sus manos, y sin embargo él oraba tres veces al día (Daniel 2:48; 6:10). David era el soberano de una nación poderosa, y, sin embargo, dice: “Tarde y mañana y a mediodía oraré” (Salmo 55:17). Siempre encontramos tiempo para hacer lo que deseamos hacer, ¿no es cierto?

Es inútil decir que no puedes orar hasta que tengas fe y un corazón nuevo, y que debes quedarte quieto y esperar por ellos. Esto es añadir pecado sobre pecado. Ya es suficientemente malo ser un inconverso e irte al infierno. Es incluso peor que decir: “Lo sé, pero no voy a orar por misericordia”. Este es un tipo de argumento para el que no hay justificación en las Escrituras. “Llama al Señor”, dice Isaías, “en tanto que está cercano” (Isaías 55:6). “Llevad con vosotros palabras, y convertíos a Jehová”, dice Oseas (Oseas 14:1). “Arrepentíos, y orad”, dice Pedro a Simón el Mago (Hechos 8:22). Si deseas fe y un corazón nuevo, clamarás al Señor por ellos. El intento mismo de orar con frecuencia ha sido el despertar de un alma muerta.

Lector sin oración, ¿quién y qué eres que no pides nada a Dios? ¿Has hecho un pacto con la muerte y el infierno? ¿Estás en paz con el gusano y el fuego eternos? ¿No tienes pecados por los que pedir perdón? ¿No tienes miedo de los tormentos eternos? ¿No tienes deseos de conocer el cielo? Por desgracia, habrá un día cuando muchos orarán en voz alta: “Señor, Señor…”, pero será demasiado tarde; Él les responderá: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). Habrá un día cuando muchos clamarán a las rocas que caigan sobre ellos y a los cerros para que los cubran. Esos muchos serán los que nunca clamaron a Dios cuando Éste estaba listo para responder. Te prevenimos, estimado lector, que tengas cuidado para que este no sea el destino de tu alma. La salvación está muy cerca de ti. No pierdas el cielo por falta de oración.

Ahora nos dirigimos a aquellos que tienen deseos reales de salvación, pero no saben qué medidas tomar, o por dónde empezar (no podemos dejar de anhelar que algunos lectores estén en este estado de ánimo).

En cada viaje debe haber un primer paso. Tiene que haber un cambio entre estar sentado impasible, y ponerse de pie para comenzar a caminar. El peregrinaje de Israel desde Egipto a Canaán fue largo y tedioso. Cuarenta años pasaron antes de que cruzaran el Jordán. Sin embargo, hubo alguien que se trasladó por primera vez cuando marcharon desde Ramá para Sucot. ¿Cuándo una persona realmente da el primer paso para salir del pecado y del mundo? Lo hace el día en que por primera vez ora con el corazón.

En todos los edificios la primera piedra debe ser puesta, y el primer golpe debe ser dado. El arca tardó más de cien años en construirse. Sin embargo, hubo un día en que Noé puso su hacha sobre el primer árbol que cortó para construirla. El templo de Salomón era un edificio glorioso. Pero hubo un día en que la primera enorme piedra se colocó en el monte Moria. ¿Cuándo la obra del Espíritu comienza a aparecer en el corazón de una persona? Se inicia, por lo que podemos juzgar, cuando por primera vez derrama su corazón a Dios en oración.

Si deseas la salvación, y quieres saber qué hacer, te aconsejamos que hoy invoques al Señor Cristo Jesús en el primer lugar privado de puedas encontrar, y sinceramente y de todo corazón, le ruegues en oración que salve tu alma.

Dile que tú has oído que Él recibe a los pecadores, y que Él ha dicho: “Al que viene a mí, no le echo fuera” (Juan 6:37). Dile que eres un vil pecador, y que vienes a Él con fe en Su invitación. Dile que te pones completa y enteramente en Sus manos: que te sientes vil e impotente y sin esperanza en ti mismo, y que, excepto que te salve, no tienes esperanza de ser salvado. Ruégale que te libre de culpa, del poder y las consecuencias del pecado. Suplícale que te perdone, y te lave en Su propia sangre. Ruega que te dé un corazón nuevo, y ponga el Espíritu Santo en tu corazón. Ruega que te dé la gracia y la fe y la voluntad y el poder de ser Su discípulo desde este día y para siempre. Oh, lector, hazlo hoy, ahora, y dile estas cosas al Señor Jesucristo, si eres realmente sincero con lo que respecta a tu alma.

Díselo a tu manera y con tus propias palabras. Si alguna vez fuiste a ver a un doctor cuando estabas enfermo le pudiste decir cómo te sentías. De igual manera, si tu alma siente en realidad su enfermedad, sabrá hacerse entender delante Del que sana las almas.

No dudes de Su disposición para salvarte porque eres un pecador. Es el oficio de Cristo salvar a los pecadores. Él mismo dice: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).

No esperes, porque te sientes indigno. No esperes nada. No esperes a nadie. Esperar viene del diablo. Así como eres, ven a Cristo. Cuanto peor estés, más necesidad tienes que acercarte a Él. Nunca te sanarás si permaneces lejos.

No temas que tu oración sea imperfecta, que tus palabras sean débiles, que tu vocabulario sea pobre. El Señor Jesús te puede entender. Así como una madre entiende los balbuceos iniciales de su hijo, también lo hace el bendito Salvador. El entiende a los pecadores. Sabe leer un suspiro, y entender el significado de un gemido.

No te desesperes si no recibes una respuesta de inmediato. Mientras que estás hablando, el Señor Jesús está escuchando. Si se retrasa la respuesta, es sólo por razones sabias, y para probar si lo haces en serio. La respuesta vendrá oportunamente. Aunque tarde, espéralo.

Lector, si tienes el deseo de ser salvo, recuerda el consejo que te hemos dado en este día. Actúa de acuerdo a lo que se te ha dicho aquí, y serás salvo.

Ahora nos dirigimos a aquellos que oran. Confiamos en que algunos de los que leen estas páginas saben bien lo que es la oración, y tienen el Espíritu de adopción. A todos ellos, les ofrecemos algunas palabras de consejo y exhortación fraterna.

El incienso ofrecido en el tabernáculo debía hacerse de una manera particular. No todos los tipos de incienso sirven. Recordemos esto, y tengamos cuidado con el motivo y la forma de nuestras oraciones.

Si algo sabemos del corazón de los cristianos, es que nos cansamos fácilmente de nuestras propias oraciones. Nunca entenderás las palabras del apóstol: “Cuando yo quiero hacer el bien, el mal está presente en mí” (Romanos 7:21) tan a fondo como cuando estés de rodillas. Puedes entender las palabras de David: “Odio los pensamientos vanos” (Salmo 119:113). Puedes simpatizar con ese pobre convertido al que se le escuchó orar: “Señor, líbrame de mis enemigos, y sobre todo, de ese hombre perverso - de mí mismo”. Hay pocos hijos de Dios, que a menudo no encuentren el tiempo de la oración un tiempo de conflicto. El Diablo tiene especial ira contra nosotros cuando nos ve de rodillas. Sin embargo, las oraciones que no nos cuestan ningún esfuerzo se deben considerar con mucha sospecha. Somos jueces muy pobres de la calidad de nuestras oraciones, y a menudo la oración que nos agrada menos, es la que más agrada a Dios. Así que en los momentos de sequía y desaliento, es cuando más debemos perseverar. No podemos renunciar. Tenemos que seguir.

Presta especial atención a lo importante que es la reverencia y la humildad en la oración. Nunca olvidemos lo que somos, y qué cosa tan solemne es hablar con Dios. Tengamos cuidado de no apresurarnos en Su presencia con descuido y frivolidad. Digámonos a nosotros mismos: “Estoy en tierra santa. Esta es la puerta del cielo. Si yo no deseo lo que digo, estoy jugando con Dios. Si acaricio la iniquidad que hay en mi corazón, el Señor no me escuchará”.

Recomendamos además la importancia de orar espiritualmente. Queremos decir con esto, que se debe trabajar siempre para contar con la ayuda directa del Espíritu en nuestras oraciones, y tener cuidado sobre todas las cosas de la formalidad. No hay nada espiritual que no pueda convertirse en un mero formalismo, y esto es especialmente cierto con respecto a la oración privada. Podemos caer insensiblemente en el hábito de usar las palabras más aptas posibles, y ofrecer las peticiones más escriturales, y sin embargo, hacerlo todo de memoria sin sentirlo, como quien camina todos los días por el mismo antiguo y recorrido sendero. Deseamos tocar este punto con cuidado y delicadeza. Sabemos que hay ciertas cosas que a diario queremos, y que no hay nada necesariamente malo en pedir estas cosas con las mismas palabras. El mundo, el demonio, y nuestros corazones, son los mismos todos los días. Necesariamente tenemos que ir todos los días sobre terreno transitado. Pero hay que ser muy cuidadoso en este punto. Si el esqueleto y el contorno de nuestras oraciones (por el hábito) son un mero formalismo, esforcémonos para que la ropa y el relleno de nuestras oraciones estén lo más cerca posible del Espíritu.

En cuanto a la utilización de un libro de oraciones en nuestras devociones privadas, sólo podemos decir que es un hábito que no podemos alabar. Si podemos decirle a nuestros médicos el estado de nuestros cuerpos sin un libro, deberíamos ser capaces de decirle a Dios el estado de nuestras almas sin un texto aprendido. No objetamos que una persona use muletas mientras se recupera de un miembro roto. Es mejor usar muletas, que no caminar del todo. Pero si toda la vida se la pasa usando muletas, ¿no pensaríamos que tal persona no podrá nunca volver a caminar normalmente? ¿No nos gustaría verla lo suficientemente fuerte para dejar las muletas?

Recomendamos también la importancia de hacer de la oración una actividad habitual, diaria. Podríamos decir algo sobre el valor de tener horas regulares durante el día para la oración. Dios es un Dios de orden. Las horas del sacrificio de la mañana y de la tarde en el templo judío no se fijaron así sin un significado. El desorden es eminentemente uno de los frutos del pecado. Pero no vamos a amarrar a nadie en este sentido. Esto es sólo algo que compartimos basándonos en nuestra experiencia, ya que es esencial para la salud de nuestra alma hacer de la oración la parte más importante de todo lo que hacemos cada veinticuatro horas. Del mismo modo que hay tiempo para comer, dormir, y los negocios, así también debemos asignar un tiempo para la oración. Que el lector elija su propio horario y la frecuencia de esta práctica. Por lo menos, hablemos con Dios en la mañana, antes de hablar con el mundo, y hablemos con Dios en la noche, después de haber terminado de lidiar con el mundo. Pero pongamos en nuestra mente esto: la oración es una de las grandes cosas que debemos hacer todos los días. No la releguemos a un rincón de nuestras vidas. No le demos las sobras y los desperdicios de nuestra fuerza. Sobre cualquier otra cosa que convirtamos en un deber, pongamos a la oración en primer lugar.

Recomendamos además la importancia de la perseverancia en la oración. Una vez que hayamos iniciado el hábito, nunca nos demos por vencidos. El corazón a veces dirá: “Ya tuviste la oración en familia: ¿qué daño te puede hacer dejar sin hacer la oración privada?” Tu cuerpo a veces dice: “Estás enfermo, o con sueño, o cansado, no necesitas orar”. Tu mente a veces dirá: “Tienes asuntos importantes que atender hoy, acorta tus oraciones” Mira a todas esas sugerencias como provenientes directamente de Satanás. Todas son tan buenas como decir: “Descuida tu alma”. No decimos que las oraciones siempre deben ser de la misma extensión, pero sí decimos, no permitas que ninguna excusa haga que renuncies a la oración.

Pablo dijo: “Perseverad en la oración” y, “Orad sin cesar” (Colosenses 4:2; 1 Tesalonicenses 5:17). Él no quiso decir que debemos estar siempre de rodillas, pero sí significa que nuestras oraciones deben ser como la continua ofrenda quemada: constante todos los días; que debe ser como la sementera y la siega, el verano y el invierno, llegando sin cesar todo el año en temporadas regulares, que debe ser como el fuego sobre el altar, como sacrificios siempre consumiéndose, pero nunca completamente extinguidos. Nunca olvides que puedes unir oraciones matutinas y vespertinas por una cadena interminable de oraciones cortas durante todo el día. Incluso en la empresa, o en los negocios, o en las mismas calles, puedes mandar pequeños mensajeros alados a Dios, como lo hizo Nehemías en la misma presencia de Artajerjes (Nehemías 2:4). Y no pensemos que se pierde el tiempo que se le da a Dios. Una nación no se hace más pobre porque pierda un año de días laborales en siete años, por guardar el sábado. Un cristiano nunca encontrará que salió perdedor, a la larga, por perseverar en la oración.

Recomendamos también prestar atención a la sinceridad en la oración. No es que una persona deba gritar o alzar la voz, con el fin de demostrar que es sincera. Sin embargo, es deseable que seamos sinceros y fervorosos y cálidos, y hacer como si estuviésemos realmente interesados en lo que estamos haciendo. Es la oración “ferviente” la “eficaz”, la que “puede mucho”. Esta es la lección que nos enseña las expresiones utilizadas en las Escrituras sobre la oración. Es llamada, “llorar, golpear, luchar, tener dolores de parto”. Esta es la lección que se nos enseña con ejemplos bíblicos. Jacob es uno. Le dijo al ángel en Peniel: “No voy a dejarte ir, salvo que me bendigas” (Génesis 32:26). Daniel es otra. Escucha cómo le rogó a Dios: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (Daniel 9:19). Nuestro Señor Jesucristo es otro. Se escribe de Él: “En los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas” (Hebreos 5:7). ¡Qué diferencia con muchas de nuestras súplicas! Que mansas y tibias se ven en comparación. ¡Cómo podría Dios decirnos a muchos de nosotros: “Realmente no quieres lo que pides”!

Vamos a tratar de enmendar este fallo. Vamos a golpear con fuerza a la puerta de la gracia, como Misericordia en El Progreso del Peregrino, como si pudiésemos perecer a menos que fuésemos escuchados. Vamos a resolver en nuestras mentes que las oraciones frías son un sacrificio sin fuego. Recordemos la historia de Demóstenes el gran orador, cuando uno se acercó a él pidiéndole que defendiera su causa. Demóstenes lo escuchó sin prestarle atención mientras que el solicitante le contaba su historia sin mucho fervor. El hombre vio la actitud indiferente del gran orador, y le gritó con ansiedad que todo lo que decía era verdad. “Ah”, dijo Demóstenes: “Ahora te creo”.

Recomendamos además la importancia de orar con fe. Debemos esforzarnos para creer que nuestras oraciones son escuchadas, y que si pedimos las cosas de acuerdo a la voluntad de Dios, Él va a contestar. Este es el claro mandamiento de nuestro Señor Jesucristo: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). La fe es a la oración lo que la pluma es la flecha: sin ella la oración no da en el blanco. Debemos cultivar el hábito de suplicar por las promesas en nuestras oraciones.

Debemos llevar con nosotros algunas promesas, y decir.: “Señor, aquí está tu propia palabra prometida. Es para nosotros como Tú has dicho. Este fue el hábito de Jacob, Moisés y David. El Salmo 119 está lleno de cosas pedidas “según tu palabra”. Por encima de todo, debemos cultivar el hábito de esperar respuestas a nuestras oraciones. Deberíamos hacer como el comandante que envía sus barcos a la mar. No debemos quedarnos en paz hasta que veamos que uno regresa. Por desgracia, muchos cristianos repiten la historia de Rode. La iglesia en Jerusalén hacia oración sin cesar por Pedro en la cárcel, pero cuando la oración fue contestada, difícilmente lo creyeron (Hechos 12:15). “No hay muestra más segura de la trivialidad en la oración que cuando los hombres no comprenden que están recibiendo lo que han pedido”.

Recomendamos además la importancia de la confianza en la oración. Hay una familiaridad impropia en las oraciones de algunas personas que no podemos alabar. Pero existe algo como la santa audacia, que es muy de desear. Hablamos de la audacia de Moisés, quien cuando ruega a Dios, para que no destruya a Israel, dice: “¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo” (Éxodo 32:12). Hablamos de la audacia de Josué, cuando los hijos de Israel fueron derrotados ante los hombres de Hai. “Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?” (Josué 7:9). Esta es la audacia que haría a un oyente exclamar: “¡Qué espíritu, qué confianza hay en sus expresiones. Con qué reverencia demanda, como uno que ruega a Dios, y sin embargo, con tanta esperanza y seguridad, como si hablara con un padre amante o un amigo”. Nuestras oraciones deberían ser como rayos lanzados al Cielo. No nos damos cuenta de los privilegios del verdadero creyente. No rogamos tan a menudo como debiésemos: “Señor, ¿no es tu propio pueblo? ¿No es para tu gloria que seamos santificados? ¿No es para tu honor que tu evangelio se disemine?”

Recomendamos además la importancia de la plenitud en la oración. No hay que olvidar que nuestro Señor nos advierte contra el ejemplo de los fariseos, que, por simulación, hacían largas oraciones, y nos manda a no usar vanas repeticiones cuando oremos. Pero no podemos olvidar, por otra parte, que nuestro Señor le ha dado Su aprobación al hábito de pasar largo tiempo en oración al pasar Él mismo toda la noche en oración ante el Padre. En todo caso, no es probable que en este día erremos por orar demasiado. ¿No es más bien de temer que muchos creyentes en esta generación oren tan poco? ¿No es el tiempo real que la mayoría de los cristianos ora, en suma, muy poco? Sabemos que las respuestas a estas preguntas engendran preocupación más que satisfacción. Sabemos que las devociones privadas de la mayoría de los que profesan el cristianismo son terriblemente escasas y limitadas, lo suficiente para demostrar que están vivos y no más. Realmente no parece que quisieran algo de Dios. Parecen tener poco que confesar, poco que pedir, y poco que agradecerle al Salvador. Esto es muy malo. Nada es más común que oír a creyentes quejarse de que no pueden continuar mucho tiempo en oración. Nos dicen que no crecen en la gracia como ellos desearían. ¿No es verdad, más bien, que muchos cristianos tienen tanto como piden? ¿No es cierto que muchos tienen muy poco porque piden muy poco? La causa de su debilidad se encuentra en sus propias raquíticas, enanas, acortadas, apresuradas, estrechas y diminutas oraciones. No tenéis, porque no pedís. No estamos limitados por Cristo, sino en nosotros mismos. El Señor dice: “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Salmo 81:10). Pero somos como el Rey de Israel, que golpeó en el suelo tres veces y se detuvo, cuando debería haber golpeado cinco o seis veces (2 Reyes 13:14-19).

Recomendamos además la importancia de la especificidad en la oración. No debemos contentarnos con peticiones generales. Debemos especificar nuestras necesidades ante el trono de la gracia. No debería ser suficiente confesar que somos pecadores, debemos nombrar los pecados de los cuales nuestra conciencia nos dice que somos más culpables. No debería ser suficiente pedir santidad, debemos nombrar las gracias en las que somos más deficientes. No debería ser suficiente decirle al Señor que estamos en problemas, tenemos que describir nuestro problema y todas sus peculiaridades. Esto es lo que hizo Jacob cuando temía a su hermano Esaú: le dice a Dios exactamente qué es lo que teme (Génesis 32:11). Esto es lo que Eleazar hizo, cuando buscaba una esposa para el hijo de su amo: detalló ante de Dios precisamente lo que necesita (Génesis 24:12). Esto es lo que hizo Pablo cuando él tenía un aguijón en la carne: oró para ser liberado de lo que lo debilitaba (2 Corintios 12:8).

Esta es la verdadera fe y la verdadera confianza. Debemos creer que nada es demasiado pequeño para ser dicho ante Dios. ¿Qué debemos pensar del paciente que le dijo a su médico que estaba enfermo, pero nunca entró en detalles? ¿Qué pensar de la esposa que le dijo a su marido que ella no era feliz, pero no especificó la causa? ¿Qué debemos pensar del niño que le dijo a su padre que estaba en problemas, pero nada más? Cristo es el verdadero Esposo del alma, el verdadero Médico del corazón, el verdadero Padre de Su pueblo. Debemos detallar sin reservas cómo nos sentimos y qué necesitamos en nuestra comunicación con Él. No vamos a esconder ningún secreto ante Él. Vamos a decirle todo lo que hay en todos nuestros corazones.

Recomendamos además la importancia de la intercesión en nuestras oraciones. Todos somos egoístas por naturaleza, y nuestro egoísmo es muy apto para adherirse a nosotros, incluso cuando somos convertidos. Hay una tendencia en nosotros a pensar sólo en nuestras propias almas, nuestros conflictos espirituales, nuestro propio progreso en la religión, y olvidar a los demás. Debemos batallar y prevalecer contra esta tendencia que todos tenemos. Debemos laborar para ser de un espíritu amplio. Debemos nombrar otros nombres además del nuestro ante el trono de la gracia. Debemos tratar de tener en el corazón el mundo entero, los paganos, los judíos, los católicos romanos, el cuerpo de verdaderos creyentes, las iglesias evangélicas, el país en el que vivimos, la congregación a la que pertenecemos, el hogar en que habitamos, los amigos y parientes con los que estamos en contacto. Por todos y cada uno de ellos debemos pedir.

Éste es el amor más grande: el orar por otros. Me ama más el que me ama en sus oraciones. Esto es para la salud de nuestra alma. Se amplían nuestras simpatías y se amplían nuestros corazones. Esto es para el beneficio de la iglesia. Las ruedas de toda la maquinaria para la extensión del evangelio se mueven por la oración. Quien intercede como Moisés arriba en el monte hace tanto por la causa del Señor como Josué lo hace abajo en el valle, en el fragor de la batalla. Esto es ser como Cristo. Él lleva el nombre de Su pueblo, como Su Sumo Sacerdote, ante el Padre. Oh, el privilegio de ser como Nuestro Señor! Esto es ser un verdadero siervo fiel. Alguien oró así: Si tengo que elegir una congregación, elijo una que ore.

Recomendamos además la importancia de la acción de gracias en la oración. Pedirle a Dios es una cosa y agradecerle a Dios es otra. Pero hay una conexión tan cercana entre la oración y la acción de gracias en la Biblia, que no nos atrevemos a llamar oración a la que no tenga gratitud en ella. No es por nada que Pablo dice: “En oración y ruego, con acción de gracias, vuestras peticiones sean conocidas delante de Dios” (Filipenses 4:6). “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2).

Es por la misericordia de Dios que no estamos en el infierno.

Es por la misericordia de Dios que tenemos la esperanza del cielo.

Es por la misericordia de Dios que vivimos en una tierra de luz espiritual.

Es por la misericordia de Dios que hemos sido llamados por el Espíritu, y no dejó que cosecháramos el fruto de nuestros propios caminos.

Es por la misericordia de Dios que aún vivimos y tenemos oportunidad de glorificar al Señor activa o pasivamente.

Estos pensamientos deben estar en nuestras mentes cuando hablamos con Dios. Nunca deberíamos abrir nuestros labios en oración sin antes bendecir a Dios, por la gracia en la que vivimos, y por esa amorosa ternura que perdura para siempre.

Nunca hubo un santo eminente que no estuviese lleno de gratitud. Pablo casi nunca escribe una epístola que no tenga algo de gratitud. Los santos del pasado que dejaron una gran huella en el mundo y en la cristiandad abundaban en acción de gracias ante el Señor. Si queremos ser luces brillantes y resplandecientes en nuestra época debemos abrigar un espíritu de agradecimiento y alabanza. Que nuestras oraciones sean oraciones agradecidas.

Recomendamos además la importancia de vigilar nuestras oraciones. La oración es el terreno en la vida cristiana en la que debemos estar más alerta. Aquí es donde comienza la verdadera vida cristiana, aquí es donde ella florece o se marchita. Parafraseando un dicho popular podemos decir: Dime cuáles son tus oraciones, y te diré el estado de tu alma. La oración es el impulso espiritual. Por esto, la salud espiritual puede ser puesta a prueba. La oración es el barómetro espiritual. Por ella podemos saber si están bien o mal nuestros corazones. Vigilemos constantemente nuestras devociones privadas. Este es el camino y la médula de nuestro cristianismo práctico. Sermones y libros y folletos, y el comité de reuniones, y la compañía de los santos, son buenos en cierta manera, pero nunca van a compensar el abandono de la oración privada. Observemos muy bien los lugares, las sociedades y las compañías que trastornan nuestros corazones y los apartan de la comunión con Dios y hacen nuestra oración difícil. Alejémonos de todo aquello, y de todos aquellos, que nos apartan de la verdadera oración.

Lo repetimos: Debemos estar alerta. Observemos estrictamente qué amigos y qué obras dejan en nuestra alma la mejor disposición para hablar con Dios. A estos, aferrémonos. Si cuidamos nuestras oraciones, nada irá mal con lo que respecta a nuestra alma.

Ofrecemos estos puntos para la consideración privada de cada lector. Lo hacemos con toda humildad. No sabemos de nadie que necesite que se le recuerde más estas cosas que nosotros mismos, que las presentamos aquí. Creemos que hay verdad de Dios en estas palabras, y la deseamos para nosotros como para ti, amigo lector.

Quisiéramos que los tiempos en que vivimos fuesen tiempos de oración.

Quisiéramos que los cristianos de nuestro tiempo fuesen cristianos que oran.

Quisiéramos que los creyentes fuesen creyentes que oran.

El deseo de nuestro corazón, y nuestra oración al publicar este tratado es promover un espíritu de oración. Quisiéramos que aquellos que nunca oraban, se levanten y pidan a Dios; y quisiéramos que los que ya oraban sepan que no están haciendo mal.

Y, por último, quisiéramos que orasen por quienes ponen este mensaje a vuestra disposición. Nosotros estamos dispuestos a orar por quienes nos den a conocer sus peticiones.

Qué el Señor nos bendiga a todos los que invocamos Su nombre con una doble porción de Su Espíritu, para continuar en esta tarea hasta el fin. Amén.






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